En la dimensión del sentir cotidiano, cuando estamos identificados como entidades psicofísicas separadas, somos un cúmulo de información de millones de años: planetaria, biológica, herencia ancestral y contexto cultural. Esta información es la que nos mueve como marionetas hacia un lado y el otro, cambiando momento a momento de emociones, sensaciones, percepciones y, consecuentemente, de opiniones y decisiones o, por el contrario, nos deja anquilosados en una manera de ver las cosas. Sin embargo esta dimensión, si bien es lo que experimentamos, no pertenece a nuestro verdadero ser. Sino que son meros condicionamientos, transformados en hábitos durante miles de años. Pero, sin saberlo, nos hemos identificado con ellos, sin investigar cuál es su origen.
El trabajo más elevado al que cualquiera pueda dedicarse es a comprender ese origen, porque lo llevará de inmediato a la fuente del Conocimiento y con ello al reconocimiento de la Paz y el Amor que subyace a toda experiencia. Reconocerse como la CALMA inherente al movimiento es la condición indispensable para salir del condicionamiento habitual en el que se está inmerso. Una vez establecido en esa calma, es élla misma que se extenderá como MOVIMIENTO. Por lo tanto, la apariencia interno-externo pierde sus límites y la experiencia comienza a ser transparente, revelando su naturaleza: el movimiento de la calma. Que metafóricamente, equivale a decir, se revela como el pulso de Ti Mismo: la Vida.
¡Anímate a salir de la rueda de la historia (y del sufrimiento como ente aislado) para entrar en el círculo del Amor (de la plenitud de la Unidad)!
Somos semillas y hay que cultivarlas del mismo modo que se cultiva cualquier semilla: con presencia y atención. La naturaleza es la maestra, nos muestra simbólicamente nuestro propio funcionamiento. Así la naturaleza nos muestra que luego del florecimiento llega el fruto.
Y a eso estamos llamados: